Y todo se movió

El martes 7 de enero a las 4:24am el jamaqueo me levantó. Mire a mi alrededor, estaba entre mi hija mayor y la más pequeña en la cama, le digo a mi esposo que estaba temblando, se fue la luz y mi sueño por el resto del día. Par de horas después, las chicas ya se habían dormido nuevamente y yo estaba parada en el pasillo hablando con mi esposo cuando vi como la foto de su abuelo temblaba en la pared como si él quisiera salirse del marco.Me quedé quieta, mirando la foto hasta que se detuvo. Desde ahí mis sentidos han estado en modo de alerta. Par de días después, sentada en el sofá viendo la televisión y con la más pequeña enganchada a la teta, la del medio dormida en el mueble y la mayor entretenida en su tablet, sentí como todo se movía nuevamente. Miré y ninguna de ellas se dio cuenta, en un segundo decidí quedarme quieta y observar. Lista para actuar si hacía falta, pero no hubo necesidad. Y me puse a pensar, ¿qué he aprendido de mis reacciones? ¿Por qué tomé las decisiones que tomé?
En la vida todos hemos pasado por situaciones que se pueden describir como terremotos emocionales. Algunos de magnitud 3, apenas perceptibles, otros 5-6 lo suficientemente fuertes para jamaquearte y destruir aquello que no estaba tan bien cimentado y cuando menos uno mayor a 7, esos que son tan fuertes que te paralizan, te tiran al piso y destruyen todo lo que has construido.

Yo definitivamente he pasado por todos. Los de menor magnitud me han estremecido lo suficiente como para ponerme alerta y cambiar algunas cosas que quizás estaban en riesgo. Esos son los que pasamos en silencio, tan pequeños que los que estan a nuestro alrededor no los notan, pero nosotros sí, porque somos el epicentro y normalmente salen de adentro de nosotros como una alerta de que algo no está bien y las cosas tienen que cambiar. 

Los de magnitud media son esos que no sólo nos afectan, sino que afectan a los que están a nuestro alrededor. Son esas situaciones que te hacen repensar tu curso, que destruyen cosas que pensabas estaban bien, pero que en realidad no lo estaban. Son los que terminan relaciones, alejan personas toxicas, ponen fin a empleos o causan mudanzas. Muchas veces no nacen de nosotros, pero nos afectan de tal manera que nos mueven de lugar, otras veces nacen de nosotros por la necesidad de cambio y movimiento. 

Y por último están los de gran magnitud... Yo he pasado varios. Esos que te paralizan, te tiran, te aterran. Esos donde vez cómo todo lo que has construido, bien o mal, se cae, se derrumba, se hace pedazos. Esos que te dejan una marca tan grande, que de solo pensarlo y recordarlo vuelves a temblar. Muchas veces no sabemos como responder, como enfrentarlos, como superarlos. Esos necesitan tiempo y esfuerzo para poder reconstruir todo. Y nos marcan de tal manera que creamos nuevas guías de construcción, verificando no repetir los errores del pasado. Son los causantes de grandes cambios en nosotros. De cambios de vida, de visión, de dirección.

¿Qué podemos aprender de los terremotos emocionales? Aprendemos que la vida se trata de cambios y movimiento. Aprendemos a distinguir qué situaciones merecen actuar de manera inmediata, correr, buscar ayuda y cuáles solo merecen el quedarse quieto, observar, esperar que pase y luego actuar. Aprendemos que las acciones exteriores pueden afectarnos tanto como las que nacen de nuestro interior. Aprendemos a tener un plan de acción en caso de emergencia, a corregir errores, a desprendernos de las cosas, a que todo es pasajero. Aprendemos a que la vida es un caos en el que tenemos que encontrar orden, pero sin acostumbrarse a él. A que hay que vivir cada día, momento a momento y disfrutarlo al máximo ya que el final nadie sabe cuando puede llegar.
-KVO
01/14/2020

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